Texto por: Claudia Jimena Franco Martínez
Ilustraciones: Jonifer Estiven Posada Naranjo
— Socorro: ¡Cuando estaba pequeña siempre quise ser maestra y esta fue mi vocación hasta el día de mi jubilación el 30 de noviembre del año 2018!
Después de tomar un baño con agua tibia, como todos los días, la rutina de la profesora era salir muy temprano de su casa, ubicada en el sector urbano del municipio de Sonsón, Oriente antioqueño. El olor a niebla en las mañanas le recordaba que estaba en la zona donde el aire es más puro, el páramo. Socorro siempre se iba en la ruta del lechero, el conductor del carro que salía para la vereda a recoger la leche y que pasaba por la escuela. La edificación era pequeña, de piso, puertas y ventanas en madera y paredes de tapia pisada pintadas con un blanco ya deteriorado por el tiempo. El salón de la profesora Socorro estaba separado del de su compañera solamente por un pequeño patio de tierra, donde se jugaban los recreos, se dictaban clases de educación física, se hacían reuniones, bailes, actos cívicos y cuanta celebración se presentaba para recoger fondos en pro de la escuela y la vereda.
— Socorro: Fueron diez años tranquilos, éramos muy felices, éramos muy contentos, hacíamos muchos trabajos, salíamos, hacíamos reuniones y muchos festivales.
En estas tierras abundaban los cultivos de maíz. También fue cuna de la colonización antioqueña, que a lomo de mula y bueyes poblaron el territorio. A partir de la década de los años 90s, se empezaron a asentar las guerrillas del ELN (Ejército de Liberación Nacional) y las Farc (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) inicialmente en las veredas de Rioverde de los Montes y en Rioverde de los Henaos, mientras que, en San Miguel y La Danta, en el Magdaleno medio sonsoneño, se asentaban las Autodefensas; este acto se denominaba Conflicto de baja intensidad y duró hasta 1995.
Veinticinco años después de que un grupo armado azotara sin clemencia a los habitantes de Manzanares Arriba, en el municipio de Sonsón, Antioquia, la profesora -o señorita, como la llamaban sus estudiantes en la vereda-, aún refleja el sentimiento atávico de esos años felices, pero también, recuerda con pánico y con voz entrecortada, aquellos tiempos de consternación que vivió al lado de sus estudiantes de básica primaria, donde tuvo, como lo dice ella que “enseñar entre balas”.
Una mañana de principios de los años 90s, de esas en las que el frío que proviene del Páramo de Sonsón, cala hasta los huesos, la profesora Socorro llegó como de costumbre a la vereda y se encontró con un ambiente tenso, misterioso. Descubrió que todas las paredes de las casas estaban marcadas, con tinta roja, con el nombre de un grupo armado que se había instalado en la zona.
Socorro: —Eso sí no se me borra nunca de mi mente. Decía “Frente Alirio Buitrago”. —recuerda la profesora con los ojos cerrados y asentando con su cabeza.
Desde ese momento, la profesora Socorro supo que los días de tranquilidad y calma habían llegado a su fin. Cuenta que, un padre de familia que era como el ángel custodio, llegó a la escuela y les dijo que ya estaba en la vereda un grupo armado, que se les habían presentado diciendo que ellos cuidarían y se encargarían de hacer limpieza. Los niños también llegaban a la escuela comentando que unas personas forasteras pasaban por los caminos de la vereda en las noches y solo se escuchaban los pasos de las botas.
Socorro: –‘Señorita, señorita, cómo le parece que anoche pasó por mi casa una cantidad de hombres, iban muy armados, iban de botas y entre ellos se decían compas, ¡compa espérame!’—ese ya era el comentario de los niños al llegar a la escuela.
Un día sin presagios y comienzo del calvario
La profesora estaba en el salón con sus estudiantes. Pasado el mediodía, en la hora en donde el sol no da tregua, de repente el patio de la escuela se llenó de ellos, que llegaron y se presentaron ante la profesora Socorro y su compañera.
Socorro: —Nos dijeron que eran la guerrilla, que su comandante era Alirio Buitrago. Iban a estar en la vereda cuidando para que no pasara nada y que todo lo que pasara ya tenía que ver con ellos, que eran los responsables para limpiar la vereda de robos y de sapos.
Los guerrilleros hablaban con frescura y confianza, no se detenían a pensar en lo que decían; ellos daban la orden a Socorro y a su compañera de que nada de lo que vieran y oyeren lo podían comentar con alguien, ni siquiera con sus familiares, e hijos. Pero a ellos los sábados y domingos se les veía por las calles del pueblo como si fueran un parroquiano más, comprando los víveres para la semana, hasta en el carro de turno se los encontraban. Los días pasaban y el pánico se apoderaba cada vez más de las profesoras.
Pero esto no era lo único a lo que se tenía que enfrentar ella. El rumor de la llegada de los nuevos forasteros ya corría por las calles del pueblo y ella debía cuidarse de no demostrar que conocía de su presencia. No obstante, los habitantes de la vereda estaban contentos porque se sentían protegidos, sentían que se preocupaban por ellos y por su bienestar. Transcurrieron dos años en los que este grupo armado se dedicaba a hacer política, a ofrecerle trabajo a los jóvenes para que fueran milicianos y a conquistar los corazones de las mujeres de la vereda.
Avanzaba el año 1994 y varios grupos armados estaban siguiendo los pasos de la guerrilla del M-19 y se estaban desmovilizando, como el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), Ejército Popular de Liberación (EPL), Movimiento Armado Quintín Lame (Maql), y Corriente de Renovación Socialista (CRS). Algunos de ellos incursionaron en el tema de la política, pero las diferencias entre las Farc y ELN se incrementaron haciendo que la población civil fuera la directamente afectada pues dio inicio a una oleada de secuestros, extorsiones, masacres, derribamientos de torres de energía, blancos militares, entre otros.
No pasó mucho tiempo de calma y tranquilidad, para que la profesora y su compañera se toparan con el hecho que dio inicio a la barbarie que cambiaría para siempre la dinámica de la vereda. Las profesoras se bajaron de la ruta del lechero al llegar a la escuela. Eran casi las siete de la mañana, los pájaros se escuchaban a lo lejos como si estuvieran expectantes y los niños todavía no empezaban a llegar.
Socorro: —Ese día, íbamos llegando a la escuela, cuando en una parte había dos muchachos muertos, muy masacrados y tirados en la mitad de la carretera. Con una aguja de arria los habían roturado en el cuello y la boca como para que confesaran algo. Esa noche había llovido mucho, se observaba que la sangre había corrido y los cuerpos estaban muy blancos. Entre el tumulto de gente, estaban unos padres de familia de la vereda y nos dijeron que los habían matado a las nueve de la noche y los dejaron tirados como perros.
La palidez y el asombro de las profesoras eran evidentes. Sabían que en cualquier momento alguno de sus estudiantes a los que ellas les enseñaron a leer, escribir y hacer operaciones básicas, estaría tirado en medio de la carretera con la boca llena de hormigas; pero también tenían clara la consigna: “ver y callar”, para no ser las próximas. Ese día, los familiares de los dos jóvenes hicieron los calvarios, y cada ocho días la profesora Socorro y su compañera se encontraban con uno, dos o tres calvarios más, todos de muchachos de la vereda que algún día dejaron la escuela y los cultivos, porque les prometieron un trabajo para tener un futuro mejor.
Socorro: —Cuando estábamos dando clase en la escuela, ya empezábamos a ver que pasaban con personas amarradas, personas que secuestraban y seguían con ellos para Rioverde, eso era horrible. Después, cuando llegábamos por la tarde al pueblo, escuchábamos el comentario: ‘cómo le parece que llegó la guerrilla y se llevó a fulano de tal, ¿quién sabe para dónde se lo llevarían?’ Y uno viendo y sabiendo dónde estaban, pero no podíamos decir nada porque siempre nos decían: ¡ustedes saben cómo mueren los sapos!
Como sapitos por la tierra
Las profesoras y los habitantes de Manzanares Arriba, ya llevaban dos años con el mismo pan de cada día: secuestrados, calvarios de jóvenes, robo de ganado, saqueo a fincas, entre otros. El miedo, la tristeza y la desolación se apoderaron de todos, sentían que en cualquier momento las balas atravesarían sus pechos. No se atrevía, siquiera, a ir a una novena a rezar a sus muertos.
Socorro: —Iba a ser la una de la tarde, cuando empezamos a escuchar una cosa muy miedosa, como si se fuera a acabar el mundo; nos asomamos a un morrito y vimos un montón de guerrilleros que venían por el monte arriba, agazapados como sapitos por la tierra y el Ejército detrás dándoles bala.
Las imágenes y los sonidos de los proyectiles todavía retumban en la cabeza de la profesora Socorro, llegan a su mente como la peor de las pesadillas. Ella cuenta que en ese momento tenían 71 niños que tuvieron que resguardar en una pieza muy pequeña y en el cruce de balas pasó uno de ellos al cual su compañera le pregunto:
Socorro: ¡oiga!, ¿nosotras qué hacemos con todos estos niños? Y la respuesta fue: ojalá las maten viejas hijueputas por sapas.
Su testimonio es desgarrador, crudo y sincero., Cuenta, que los niños lloraban clamando por sus madres, era tanto el desespero y la angustia que se desmayaban.
Socorro: —Fue tan horrible que los niños se hicieron del cuerpo en el suelo y las lombrices caminaban por el piso y entre más rato, nos angustiábamos más, sentíamos que nos íbamos a morir.
Luego de cinco horas de zozobra y a pesar de que ya estaba cayendo la noche, corrieron la cortina de la ventana de la pequeña pieza, vieron a un hombre de avanzada edad parado en el patio, era un habitante de la zona que fue a ayudarles a regresar los niños. El pánico en los caminos aumentaba cada vez que se encontraban personas muertas en medio de la oscuridad y el trayecto de la escuela a la carretera principal, que se recorría en una hora, lo hicieron en la mitad del tiempo, llegaron al pueblo a eso de las nueve de la noche. Ese fue el primero de los cuatro enfrentamientos fuertes que vivió la profesora Socorro durante dos años, en los cuales llegó a contar hasta 33 calvarios en la carretera.
Este panorama de violencia no solo se vivía en Antioquia sino en todo el país. Colombia fue catalogada, en el año 1995, como una narco democracia por la financiación de la campaña de Ernesto Samper con dineros de la mafia, dando lugar al proceso 8000, el asesinato del fundador del movimiento de Salvación Nacional Álvaro Gómez Hurtado y la caída de la economía del país.
No más clases
El lunes 16 de septiembre de 1996, la profesora Socorro estaba con sus estudiantes en la escuela; las paredes de tapia reflejaban las huellas y cicatrices de las balas durante los enfrentamientos, pero aún se resistían a dejar morir la esencia del conocimiento.
Socorro: —Ese día estábamos trabajando, ya iban a ser las once de la mañana cuando llegó una camioneta a la escuela y nos dijo: ‘¡Profesoras! No tienen tiempo de recoger nada, despachen a todo mundo, dígale a la señora del restaurante que cierre la escuela y ustedes se suben a esta camioneta porque acabaron de matar a la profesora de La Quiebra y según dicen, siguen ustedes dos.’
Las profesoras salieron rodeadas de Ejército, sin saber que ese sería el último día que darían clases allí. No tuvieron tiempo de despedirse de sus estudiantes que eran su razón para ser docentes; ahora la preocupación era cuál sería su destino.
El 24 de agosto de 1996, menos de un mes antes de que asesinaran a la profesora de la vereda La Quiebra, un grupo paramilitar entró al Municipio y asesinó un total de ocho personas en diferentes partes. La comunidad de Sonsón recuerda este acto de violencia como el “Fin de semana negro”, título que el periodista Juan Camilo Gallego Castro le dio a su libro donde relata una a una estas muertes.
En octubre de 1996 y después de un mes de lucha entre la profesora Socorro y el Alcalde de turno William Ospina quien, prácticamente, la estaba obligando a volver al sitio de donde le tocó salir huyendo, la profesora recibió la buena noticia que sería trasladada a una Institución Educativa del pueblo. Con su compañera de trabajo casi no volvió a tener contacto y jamás regresó a la escuela que la albergó por quince años. El miedo aún sigue latente a pesar de la ausencia actual de grupos armados en esa zona.
Es difícil imaginar las pericias y dificultades por las que la profesora Socorro tuvo que pasar, viviendo diariamente una vida improvisada por culpa del miedo y la barbarie de la guerra. El año 1996 finalizó para Sonsón con 543 desplazados, 96 homicidios y 10 secuestrados, pero no se tiene una cifra exacta de mujeres que han sido víctimas del conflicto armado (asesinatos, desplazamientos, abusos sexuales, etc.). Según la unidad de víctimas, de 48 millones de colombianos, más de nueve millones son víctimas del conflicto armado, lo que equivale al 18% de la población del país. Según estos mismos registros, hasta el 2019, casi el 40% de la población sonsoneña había sido víctima de estos grupos armados.
Nuevos aires
Hoy, la profesora ocupa su tiempo en disfrutar de las mieles de su jubilación al lado de su familia. Su posición frente a la guerra o la paz no la tiene muy clara, ya que afirma que las secuelas de aquellos hechos violentos son muchas y más por todo lo que le tocó pasar por ser mujer, docente y madre de familia.
El ruido de los corazones esperanzados de niños y profesoras se mezcla a diario con el traqueteo de los fusiles que disparan gritos de almas empobrecidas por la ignorancia.
Los habitantes de la vereda Manzanares Arriba, testigos inermes de las injusticias de un país rico en amor pero que no es explotado. Los pájaros indefensos, no tienen tiempo para espabilar mientras cuerpos sin misericordia tapizan las calles.
En Colombia no alcanzas a ser persona, sólo eres víctima de ignorancias agolpadas en la mente de muchos. Muladares llamados cuerpos, gestados al parecer en vientres inertes.
Memorias de una docente en medio de la guerra
Los nombres en esta crónica se cambiaron por petición y protección de la fuente.
Ilustraciones: Jonifer Estiven Posada Naranjo
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