Libardo era el hijo mayor de una familia de 10 hermanos. Usaba una chaqueta azul abultada en la que escondía su esquelética figura, alta y blanca de mestizo; llevaba casi siempre un sombrero aguadeño y un cigarrillo en la boca; ah, y la botellita de aguardiente debajo del brazo. Tenía un gran sentido del humor y el apelativo de ser el alma de las fiestas.
Fredy es el hijo menor de la familia, alto, mulato, de contextura robusta y con una gran inteligencia. Usa jeans, saco de seminarista, y aunque también le gusta el aguardiente prefiere llevar debajo del brazo o en las manos un libro.
Los dos son hijos de Aura y Enrique, quienes se casaron en los 50. Aura estuvo embarazada 13 veces en su vida, tuvo 6 mujeres, 4 varones y otros 3 embarazos cuyos niños no llegaron a nacer. Vivieron en una casa grande que heredó Aura cerca al parque, en plena carrera 10 del municipio de La Unión. A finales de los 80 la casa habitada por Aura, Enrique y los hijos solteros (Libardo, Rubén, Víctor, Doralba y Fredy) olía a arepas y a chócolo.
Carrera 10, municipio de La Unión.
Sin dato de año
Tomada de la recopilación fotográfica en DVD:
"100 años en imágenes La Unión" producida por Stevinson Sánchez Martínez
Enrique se sentaba a desgranar chócolo todas las tardes; después se quedaba sentado en la misma silla, haciendo círculos con sus pulgares, un tic que ha permanecido incluso en algunos de sus nietos. Tenía fama de malhumorado, de ahí que lo bautizaran “Pereque”, y hasta sus hijas se referían a él de esta manera.
Cuando Fredy nació, en 1971, Libardo era un adolescente; al año y medio se lo llevó el Ejército. Por el impacto del reclutamiento de su hijo mayor, Aura, su madre, perdió una niña que venía en gestación. Libardo prestó servicio militar en la ciudad de Santa Marta y sus hermanas mayores afirman que cuando regresó al pueblo ya consumía drogas.
La familia Muñoz Botero, en esa época, era una familia campesina y numerosa, de escasos recursos económicos; dada esta condición, desde el más chico al más grande debían trabajar en la casa para el mantenimiento de la economía familiar: limpiando las marraneras, cuidando los pollos, recogiendo aserrín, moliendo, llevando las arepas. Era un trabajo arduo y pesado en el que hermanos y hermanas debían colaborar.
Fredy recuerda que el municipio de La Unión, ubicado en el oriente de Antioquia, en la época de su infancia era normalmente tranquilo. Lo que más le gustaba era salir a la Plaza del pueblo los días domingos a vender el revuelto que Pereque, su padre, cosechaba en esas tierras frías. En ese entonces la guerrilla tenía el control territorial del municipio y, cuando menos se pensaba, la gente escuchaba las detonaciones en el Banco Agrario, ubicado cerca al parque principal. No le quedaba de otra que salir corriendo o buscar refugio debajo de los toldos de la plaza de mercado. Una vez se apropiaba del dinero, el grupo armado se desplegaba hacia las zonas rurales y el pueblo volvía a la tranquilidad habitual.
Parque principal años 80.
Tomada de la recopilación fotográfica en DVD:
"100 años en imágenes La Unión" producida por Stevinson Sánchez Martínez
Por ese tiempo, el alza exorbitante en las facturas de energía y las inconsistencias en la prestación de servicios que realizaba la Electrificadora de Antioquia (intermediaria en la prestación del servicio de las Empresas Públicas de Medellín) generó un movimiento de resistencia popular en los municipios del Oriente Antioqueño.
El 7 de agosto de 1982, en el municipio de la Unión se realizó una Asamblea Regional de Juntas Cívicas en donde se sometería a votación la aprobación del primer paro Cívico Regional. El 10 de septiembre de 1982, en los trece municipios de la región se paralizaron todas sus actividades: no hubo transporte, el comercio se encontraba cerrado, los estudiantes no asistieron a sus aulas y se hacían protestas en cada pueblo. En respuesta a esta situación el Gobierno respondió con la militarización de los municipios. Hubo un total de 512 detenidos ese fin de semana.
La participación de las personas en la protesta social fue espontánea. Fredy, que para ese entonces ya estaba en bachillerato, participó de la protesta junto con sus compañeros tirando piedras a la sede de la Electrificadora en la Unión; y Libardo, que para la época tenía 28 años, fue uno de los tantos detenidos de ese día y de las sucesivas manifestaciones que se dieron en el municipio en el marco del movimiento cívico del Oriente Antioqueño.
Fotografía tomada del artíuculo "Movimiento Ramón Emilio Arcila por la memoria y la reparación" publicado por el medio La Prensa en septiembre de 2018
A Libardo, sus sobrinos, hermanos y hermanas lo recuerdan como un hombre muy afectuoso, extrovertido, práctico e inteligente a pesar de que no tenía estudios. Le gustaba mucho jugar con los niños de la cuadra, además de tomar aguardiente. Le decían Licuadora porque bailando le encantaba dar vueltas. Tenía por oficio la topografía, que había aprendido empíricamente, y hacía planos con facilidad. Cuentan que el ingeniero de la empresa Minerales Industriales lo buscaba para ir a catear tierras, es decir, a explorar los terrenos para observar si son aptas para la explotación de minerales; muchas de esas tierras hoy se explota el caolín.
Por su parte, Fredy entró desde los 12 años a hacer parte del grupo Scouts del municipio, actividad que le sirvió para vincularse a los procesos juveniles del oriente antioqueño. Ya cuando cursaba el grado Octavo, quiso irse para el seminario porque le llamaba la atención el trabajo organizativo que hacían los curas con los jóvenes del pueblo.
Su pasión por la lectura comenzó cuando escudriñaba de niño los libros del Círculo de Lectores que con sigilo guardaba y coleccionaba su hermano Víctor, pues para ese entonces, la única posibilidad que había de acceder a buenos libros era pagándolos por cuotas como lo facilitaba dicha editorial. Su estadía en el seminario la asumió como un ejercicio arduo de disciplina. Su entusiasmo por la lectura la pudo desplegar al cursar el ciclo de filosofía que comprendía los grados 9, 10 y 11 en el Seminario Nacional Cristo Sacerdote del municipio de la Ceja y también parte del ciclo de Teología. En ese entonces Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo creó un año de pastoral para trabajar en una parroquia o seminario y Fredy quiso realizar el trabajo pastoral en la Unión, porque ese año su madre había fallecido de cáncer. Ella había trabajado duramente en la pequeña fábrica de arepas que tenía en su casa, hasta el final de sus días, para cubrir los costos del seminario.
Ante la idea de Fredy, Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo lo retó y amenazó con enviarlo mejor para Yarumal a dar clases de filosofía o a la ciudad de Bogotá. Pero Fredy se negó a irse del oriente antioqueño porque quería regresar a la Unión a acompañar a su padre que había quedado solo, a cargo de la casa y de la fábrica de arepas. Entonces Monseñor le dijo que tenía que irse del seminario, porque lo primero que debía hacer un cura era obedecer.
La familia trató de mantenerse intacta; con mucho dolor seguían reuniéndose en la casa a hacer eventos familiares, pero esta ya no conservaba el olor de antes. Enrique dejó la agricultura para ocuparse de la fábrica de arepas. Fredy empezó a trabajar con Libardo cateando tierras. Sin embargo, no dejó la lectura, por el contrario, en sus noches libres se vinculó a la Casa de la Cultura del Municipio y poco tiempo después formó un grupo de lectura que le haría merecedor de un ofrecimiento de una monitoria de cultura en el municipio; este empleo le permitió dejar el trabajo que realizaba con su hermano Libardo y dedicarse a algo que le gustaba. Así llegó a ser director de la Casa de la Cultura en el periodo de 1994 a 2000 y se incorporó al Directorio del Partido Liberal con el que fue elegido Concejal ese año.
Entre tanto Libardo, a partir de la muerte de Aura, empezó a incrementar el consumo de drogas, a dejar paulatinamente su trabajo como cateador y a alejarse de su familia. Por ese entonces empezaron los rumores de la llegada de personas, hombres particularmente, que venían a “brindar protección al pueblo”.
En el año 2000 el municipio de la Unión ya no era el mismo pueblo, frío pero con la gente cálida de siempre. Era habitual, por ejemplo, observar en el colegio, a chicas entre los 14 y 16 años, con celulares Nokia -que para la época eran toda una novedad en el municipio- e involucradas con los paramilitares.
Corrían ríos de sangre e historias de descuartizamientos, además de los continuos enfrentamientos de estos grupos con la guerrilla; cada semana había mínimo 5 muertos. Los jóvenes fueron obligados a cortarse el pelo, el rock and roll dejó de escucharse porque se asociaba al satanismo y las jovencitas eran obligadas a encerrarse en sus casa más temprano. Se vivía un ambiente de miedo y terror.
Fragmento de imagen del Mapa de la memoria de la Asociación de Víctimas Revivir una Nueva Esperanza de La Unión.
Fotografia tomada del archivo del Museo Estampas.
Dos meses antes de su muerte, Libardo llamó a su hermana Rosa, que vivía en Don Matías, y le manifestó: “Gorda, me amenazaron los paras, ¿usted me va a dar entrada a su casa”. Pero ella no podía. “Lastimosamente -dice hoy- cuando uno tiene familia tan joven, como tenía yo entonces, no puede darse esos lujos. Como a él le gustaba tanto consumir droga en esa época y además andaba vendiéndola para poder consumir porque ya no se dedicaba a la topografía, entonces le dije: Libardo, no puedo recibirte en mi casa. ¡Que salga mi esposo a trabajar, los hijos a estudiar y vos acostado y consumiendo…! No. No puedo recibirte”. Con la humildad que lo caracterizaba, Libardo le contestó: “Listo Gorda, yo entiendo”.
Libardo compraba las drogas en un sitio conocido como palenque en el municipio de la Ceja y luego las revendía para ganarse unos pesos en la Unión. Los paramilitares lo habían amenazado porque no les pagada tributo y porque tenían el control del negocio en el pueblo.
Ante la amenaza de los paramilitares y la orden de que se fuera del municipio, por su consumo y el expendio ocasional de drogas. Libardo se marchó del pueblo. Pero solo se aguantó una semana. Regresó porque no resistió el aislamiento en el que estaba. De todas maneras se encerró en la casa de sus padres y ya no salía a la calle.
La gente en La Unión fue asimilando el ambiente de horror en el que estaba inmersa y la pregunta frecuente de las personas era: ¿y hoy a quién van a matar?
En agosto de 2003, el turno le tocó a la familia Muñoz Botero. Fredy, que para la época era el Presidente del Concejo Municipal, trabajaba en un centro de educación infantil, y como concejal participaba del Consejo Directivo del Colegio del municipio. En medio de una de las sesiones del Concejo, se opuso a la propuesta que habían encargado los paramilitares de realizar un examen ginecológico a todas las niñas y adolescentes del pueblo, porque, según ellos, estas eran muy promiscuas, se acostaban con muchos hombres, y ellos querían comprobar si eran vírgenes o no. Con esta negativa, Fredy se puso en el ojo del huracán; pocos días después fue citado ante Julio, el comandante de los paramilitares del Magdalena Medio que operaban en el municipio.
Ese día, a las 7:30 am, Fredy abrió, como de costumbre, el Jardín Infantil en el que laboraba como profesor. A eso de las 9:00 am, en la entrada de la Institución, dos paramilitares preguntaron por él. La secretaria les dijo: “él no puede bajar porque está trabajando con los niños”, y ellos le contestaron: “no nos importa, él tiene que salir”. Y comenzaron a gritar: “si usted no baja, nosotros entramos a la fuerza y arrasamos con el que haya”. Fredy alcanzó a escuchar la amenaza desde el salón en el que se encontraba y le gritó a su vez a la secretaria: “tranquila, no se preocupe que yo salgo, váyase para la oficina”. Entonces ella comenzó a llorar.
En el trayecto se encontró con la directora de la institución y esta le dijo: “Fredy, mire que lo van a matar”, y él simplemente le respondió: “tranquila, quédese acá que yo me voy con ellos”. A pesar del miedo que sintió, pensó que era lo mejor para salvaguardar la integridad de los niños.
Cuando estuvo afuera, los paramilitares le dijeron: “ya íbamos a entrar por usted”. Él les contestó entonces sin mucho interés: “yo no escuchaba; estaba trabajando con los niños”. Le señalaron el carro que lo esperaba y él intentó subirse en la silla trasera del carro, entonces uno de los sujetos lo corrigió: “Qué va a hacer. No se monte atrás sino aquí adelante, que gracias a dios tiene que ir es a hablar con el comandante”. Fredy sintió un gran alivio, porque en ese entonces la práctica era que si ellos hacían subir a la gente en la parte de atrás del vehículo era porque la iban a matar. Pensó con una confianza a medias: “Ah bueno, entonces me van a dejar hablar”.
El vehículo comenzó a desplazarse hacia un sector conocido como Proleche, ubicado por la salida hacia la vereda La Madera, que comunica con el municipio de El Carmen de Viboral, ante la mirada angustiada y agobiada de las personas que se encontraban alrededor. El carro llegó hasta un billar en el que los paramilitares acostumbraban hacer sus reuniones y también sus consejos de guerra.
Fredy se bajó del vehículo y, una vez en el billar, uno de los tipos que lo llevaba le dijo: “Siéntese allá en esa silla”. Mientras tanto, Julio, el comandante, en una demostración de fuerza y agresividad, tomó su arma y golpeó fuertemente la mesa en la que se encontraba Fredy, acto seguido le dijo: “¿qué es lo último que se va a tomar?” Él le respondió: “un tinto doble”. Julio mandó por el tinto y llamó a un sujeto al que la gente le decía el ideólogo y respondía al nombre de Diógenes; le dijo: “vea, siéntese aquí”. Al sentarse le preguntó, señalando a Fredy: “¿Usted por qué está acusando a este man?”. Y Diógenes le respondió: “Ah, es que este man está hablando mal de nosotros, él es el presidente del Concejo y en el colegio se opuso a la propuesta que hicimos”. Ante esta situación, el comandante le preguntó a Fredy si era verdad, y él le respondió sin mostrar miedo: “sí señor, eso es verdad”. “¿Y por qué? ¿Qué fue lo que dijo, perro hijueputa?”. Con tranquilidad improvisada, Fredy le contestó: “A ver. Espere un momentico, lo que yo dije fue lo siguiente: según Diógenes, usted dio la orden de hacerle un examen vaginal a todas las niñas, porque, según usted, las niñas de la Unión tienen relaciones con todo mundo. Y yo me opongo a eso. O si quiere, hagamos una cosa Julio, empecemos con su sobrina que está en la institución de nosotros; empecemos con ella, porque es una mujer, una niña que tiene 7 años, y él está acusando a todas las niñas de La Unión, y quiere que se le haga ese examen a todas las niñas. Y sí señor, yo lo dije y se lo sostengo: y está grabado”.
Ante la respuesta inesperada de la prueba de la grabación, Julio volteó a ver a Diógenes y le gritó: “Cómo así perro hijueputa que está grabado, como que aquí graban eso”. Y Fredy continúo con su intervención: “Sí señor, porque aquí en el Consejo Directivo del Pio XI, al que yo también pertenezco, hay que grabar todo, porque este tipo y la rectora están confabulados y todo lo tergiversan. Si quiere escuche las grabaciones, yo no hablé mal de ustedes, simplemente me estoy oponiendo a lo que están proponiendo, porque si usted dio la orden del examen ginecológico, dígalo Julio”.
La rabia se había apoderado de Julio, que empezó a gritarle a Diógenes: “si ves perro hijueputa, casi me haces matar a este tipo, gonorrea, te voy es a matar a vos”. “Y usted señor- siguió, mirando a Fredy-, vamos y matamos esa perra hijueputa de rectora del colegio”. “No -respondió él-, es que yo no tengo nada que ver con nadie, yo no me estoy quejando de nadie, yo me sostengo, como presidente del Concejo Municipal me sostengo, yo en todo me sostengo, simplemente no estoy de acuerdo con eso que ustedes quieren hacer”.
“Ah listo señor, ya con usted no tenemos nada, ya aclaré esa maricada. Este hijueputa es el que está torciendo las cosas aquí en la Unión” y señaló a Diógenes. “¿Hay que subirlo al trabajo?”, le preguntó a Fredy. “No señor, yo soy capaz de caminar”. “Ah ¿Es que no le da miedo?”, preguntó el otro. “¿Miedo de qué? Es que no me da miedo de ustedes, o sino no le estaría respondiendo aquí lo que pregunta”. “Ah, entonces lárguese”, dijo Julio ya con rabia.
Ese mismo día, al regresar a su casa, en horas de la tarde, a Fredy le informaron que los paramilitares se habían acabado de llevar a su hermano Libardo. Aunque suponía la respuesta, preguntó en qué parte del carro lo habían montado. Efectivamente lo habían montado en la parte de atrás. “Está muerto -se dijo a sí mismo-, si lo montaron atrás está muerto”.
El cuerpo de Libardo, o Licuadora como lo conocían todos, fue encontrado ese día, abaleado, en la vereda Buena Vista, cerca de los predios donde se encuentra ubicada la empresa Minerales Industriales, la misma para la cual, por encargo del Ingeniero de la empresa, en años anteriores había hecho planos de las tierras en donde se encuentran asentadas las minas de caolín.
Mina de caolín en La Unión Antioquia
Fotografía tomada del álbum "Una puebliadita por La Union y sus minas de Caolin"
de Juan Morales en la página de facebook Puebliando por Antioquia: @puebleandoporantioquia
Texto Por: Alexandra Zuluaga.
Crónica publicada en 2017, en el libro "Para no olvidar lo que somos", de El Colectivo.
Fotografías y pies de foto agregadas en ésta publicación por la Corporación Adagio.
Comments