Avanzaba el año 1995 cuando grupos armados guerrilleros ya se encontraban instalados en La Unión Antioquia, y los paramilitares comenzaron su incursión. Transcurría el tiempo trágico de la guerra mientras crecían las confrontaciones que coincidían con la llegada de los paramilitares al municipio, y a su vez con la irrupción y la expansión en el territorio regional y nacional de este actor armado. Escalaba la violencia a nivel local y se fortalecían las acciones militares. Esto ocurrió hasta el año 2003 (1). La permanencia de un conflicto armado y social atravesado por las características territoriales, que tuvo distintas maneras de instaurarse.
Los actores armados instalaron órdenes que les permitieron controlar muchos ámbitos de la vida cotidiana y social de quienes habitaban La Unión. En un conflicto armado que afectó de manera general a todas las personas de este territorio, se ejercieron violencias diferenciales dirigidas principalmente a obtener el control de los cuerpos, que de formas particulares encarnaron las mujeres y las disidencias sexuales y de género. Una mirada con perspectiva de género al conflicto armado en La Unión, nos permite preguntarnos por las mujeres violentadas, incluyendo los casos no reportados o denunciados, así como nos cuestiona por los datos escasos o ausentes de las afectaciones a las disidencias sexuales y de género.
Este es un primer acercamiento a una memoria con enfoque de género, y un esbozo de algunas de las violencias diferenciales que se dieron en el marco del conflicto armado y social en el municipio; enfatizando la pregunta por el control de los cuerpos, especialmente de mujeres y disidencias sexuales y de género, es decir, de cuerpos que han sido feminizados para ser violentados y legitimar su dolor.
Collage de Honorata Danuta.
Página web: www.honorata.nl
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♀ La negativa del amor.
“Uno los reconocía a ellos por su vestimenta, por sus buenos tenis, su buena cachucha y su poncho. Esa era una forma de identificarlos a ellos y eso también hizo que muchas muchachas y jóvenes se deslumbraran por ese prototipo de hombres, por el poder, bien vestidos, con carro. Entonces ese tipo de cosas les llamó a ellas la atención y muchas de ellas terminaron muy mal enredadas con ellos (...) sobre todo mucha mujer joven, incluso, mucha adolescente, y lo mismo en las veredas con las guerrillas (...). Muchas fueron golpeadas, las aporreaban, muchas cosas tuvieron que vivir porque ya estaban ahí muy metidas. También estaban las que nos les interesaban ellos para nada, pero ellos sí ponían los ojos en ellas, y fue una difícil situación porque fueron muy atropelladores detrás de muchas mujeres que no les interesaban ellos”. (Testimonio, La Unión 2020).
La figura masculina en la guerra, aquella que detenta el poder militar, se convirtió en un atractivo para muchas mujeres, llegando al punto en que se relacionaban sexo-afectivamente con hombres armados más que con hombres civiles del propio territorio. Los actores armados, sobre todo paramilitares, establecieron relacionamientos sexo-afectivos con mujeres jóvenes del municipio, permeados por violencias físicas, psicológicas y sexuales.
Estas relaciones, consensuadas u obligadas, también impulsaron la permanencia de actores armados en el territorio, pues se convirtieron en amantes, esposos y padres, que dejaron hijos e hijas no reconocidas, paternidades ausentes, y afectaciones psicosociales en las mujeres. Los hombres ostentaban una superioridad respecto a ellas, desde la cual se les otorgaba un valor social a las mujeres de acuerdo al reconocimiento de los integrantes de grupos armados. Se presentaba una objetivación sobre ellas, siendo vistas como objeto a disposición de los hombres, y como un objeto que se disputa, tanto por parte de hombres armados como por no armados (civiles).
“Con las personas LGTBI yo sé que había malos tratos, era algo como que, si la sociedad se ha encargado de maltratarlos, díganme ellos [paramilitares]”. (Testimonio, La Unión 2020).
A nivel nacional se ha encontrado que esas violencias no son un subproducto de la guerra, sino que se exacerbaron en el marco del conflicto armado. Grupos armados se han valido de las violencias sexuales, por ejemplo, como castigo y/o sanción por renunciar a una masculinidad hegemónica y violenta, por transitar a cuerpos considerados femeninos, o por apropiarse de una masculinidad que supuestamente no les corresponde (2).
Algunas narraciones cuentan, de manera reservada, las violencias psicológicas que atravesaron cuerpos con orientaciones sexuales e identidades de género al margen de las normas en el municipio. Casi ausentes caminan los relatos que rescatan las memorias de estas corporalidades. Recuperar esas voces implica identificar responsabilidades, tanto de actores armados como de civiles, y develar las violencias hacia los cuerpos que se fugan de los marcos morales.
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♀ Cuerpos confinados.
“El confinamiento [de esta pandemia] no es un acontecimiento nuevo, ya se conocía el encierro por el conflicto armado”.
(Testimonio, La Unión 2020).
El control de los cuerpos no fue una acción aislada y fortuita, sino que hizo parte de un orden social instalado en el territorio que incluyó la regulación del cuerpo en el espacio público; el mismo que ha sido históricamente negado a las mujeres y a las disidencias sexuales y de género. Durante el conflicto se controlaba el tránsito a ciertas horas de la noche en los espacios públicos, y se perseguía a aquellas personas que desafiaban esa normatividad.El acoso, el hostigamiento, la discriminación, los estereotipos de género y el conflicto armado, han imposibilitado el libre desplazamiento y la apropiación de estos espacios.
Los manes [paramilitares] te miraban súper feo, era como el control de ‘¡¿Qué estás haciendo en la calle a esta hora culicagada?!’”. (Testimonio, La Unión 2020).
El ocultamiento y el encierro parecían la única opción para huir de esas violencias, y el borramiento de la identidad deseada fue la alternativa, en espacios públicos y privados. Una aniquilación del Yo impulsada por rechazos, insultos, amenazas y golpes que tenía su propia batalla contra una defensa del cuerpo deseante y el cuerpo deseado. Mientras se usaba el confinamiento para el control del territorio tierra y del territorio cuerpo, las disidencias tomaban el arte para la confrontación. El arte para comprender el mundo. La creación y la creatividad para determinar el movimiento de las sociedades. El arte para unir a los cuerpos que resisten, y la juntanza para apropiarse de espacios públicos bajo el dominio de actores armados.
Los enfrentamientos armados cesaron pero el poder sigue circulando y transmitiéndose a través de los espacios micro-sociales(3) y cotidianos, donde los cuerpos siguen siendo “blancos” del poder, y donde las violencias se intensifican a través de las vivencias corporales de los sujetos, y su construcción de identidad.
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♀El cuerpo siente lo que la sociedad calla.
“La gente no habla tanto ni siquiera por el dolor, la gente no habla por la culpa. Es la culpa la que hace que el silencio sea tan sepulcral”. (Testimonio, La Unión 2020).
Emergió una normalización y una legitimación de los actores armados por gran parte de las personas del municipio, con mayor aceptación de los paramilitares para involucrarse en las dinámicas locales, quienes mediaban en la resolución de conflictos cotidianos, generalmente, de formas violentas. La corresponsabilidad que tuvo la población civil en la entrada y la permanencia de grupos armados, que partía de la permisividad y la complicidad para que estos grupos ejercieran poder y control sobre los cuerpos y los territorios, es de vital importancia reconocerla.
Los marcos morales y los factores religiosos fueron divulgados por civiles con el objetivo de controlar cuerpos que se escapaban de las normas, impulsando persecuciones, señalamientos, estigmatizaciones y muertes. Los hechos de un conflicto armado, los prejuicios, los acosos y los hostigamientos discriminatorios, pero también los silencios cómplices de la población, determinan un punto clave sobre la necesidad de las miradas sensibles al género en la apuesta por la reconstrucción de narrativas orales y corporales que han sido borradas de la historia por las memorias patriarcales.
Las violencias hacia cuerpos feminizados se han instaurado histórica y diferencialmente en los territorios. Feminizar un cuerpo es el inicio de un trayecto violento en esta cultura. La apuesta por la desnaturalización y deslegitimación de las violencias basadas en género, apunta a que la sociedad asuma su responsabilidad, a la vez que le exija al Estado el cumplimiento de las garantías de cuidado y protección a las mujeres y a las disidencias sexuales y de género.
Una perspectiva de género sobre nuestra historia, es una invitación a que reconozcamos que los cuerpos tienen memorias, que los cuerpos guardan sucesos que los movilizan y los transforman. A rescatar la necesidad de reconstruir esas memorias que albergamos, tanto en el cuerpo personal como en el cuerpo social. A reclamar la importancia de hacer memoria en el marco del conflicto armado y social porque somos lo que somos a partir de los territorios que habitamos, de la tierra y de los cuerpos. De esos que luchan, que resisten, que transgreden, incomodan y desestabilizan los poderes violentos. De los cuerpos que ante un sistema patriarcal, capitalista y neoliberal, que nos quiere individualistas, indiferentes y deshumanizantes, reivindican los escapes y las fugas de esos marcos morales que limitan la expansión y las posibilidades del ser.
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Escrito por:
Laura Osorio R - Yenifer Giraldo - Kimberly Valencia.
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Fuentes de apoyo
(1) Cronología tomada del trabajo del sociólogo Johan Andrés Higuita. Para mayor información: Higuita, Johan Andrés (2018). La Unión: un territorio en disputa, memorias del conflicto armado. (Tesis de pregrado). Universidad de Antioquia, Colombia.
(2) Centro Nacional de Memoria Histórica. (2015). Aniquilar la Diferencia. Lesbianas, gays, bisexuales y transgeneristas en el marco del conflicto armado colombiano, CNMH - UARIV - USAID - OIM, Bogotá.
(3) Blair, E. (2010). La política punitiva del cuerpo: “economía del castigo” o mecánica del sufrimiento en Colombia. Instituto de Estudios Políticos, Universidad de Antioquia, (pp. 39-66).
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Este texto fue posible en el marco del proyecto: Cuerpos, Memorias y Resistencias, ganador de la Convocatoria Cultura y Enfoque Diferencial 2020 del Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia y la Gobernación de Antioquia.
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