“Un día cualquiera, en la bruma de la prehistoria, un homo sapiens hizo un hueco en el cuero de un mamífero, y metió su cabeza por esa abertura, para protegerse de la lluvia y del frío. Entonces nació la ruana”, Alfredo Cardona.
Hay una prenda de vestir que nunca pasará de moda en estas tierras. Es por lo general lanuda, carece de botones, de encajes, de estampados, de marcas, de extravagancias pasajeras… Compite en utilidad con cobijas, chaquetas, abrigos, chompas, y cuanta bagatela crean las industrias manufactureras para protegernos del frío. Lo suyo ha sido lo artesanal, y pocas ropas se comparan a la sensación, casi de cariño, que genera el meter la cabeza por el hueco que tiene en la mitad. Les presento a la ruana, esa pieza de alta costura que orgullosamente portamos los montañeros de La Unión. Y como muchos han osado ignorar tan alto ropaje, y otros tantos han desprestigiado a quienes la portan, he decidido escribir unas cuantas líneas a favor de ella, la máxima expresión de elegancia y sensatez que un unitense ha podido vestir.
Fotografía: Alejandra Castaño
@mcastanoa94 en Instagram
Pregunto: ¿cuántas ruanas tiene usted, sin contar la de sus papás, en su armario, closet, chifonier, escaparate o como le quiera llamar? Seguro que no muchas. La cifra puede oscilar entre dos, una o cero. Para nuestros abuelos, que tenían como costumbre terciarse al hombro la mejor para salir a dominguear, el dato sería inadmisible. La cuatro puntas era una prenda habitual en casa, y según el grado de desgaste, se encontraba en la cama de los gatos y los perros, encima de los muebles viejos, las mesas y sillas de montar, en la cuna de los infantes, y claro, encima de las personas, que como los campesinos, tenían una para ir al trabajadero, otra para pasar el frío de las noches, y la de mostrar de la percha, la dominguera. No es de extrañar entonces que nuestros antepasados, los más galantes, se estén revolcando en sus tumbas, y nos digan: “se están perdiendo los valores”.
Es probable que para los más jóvenes, atraídos por los diseños de las marcas actuales, sea una prenda del pasado o de gente vieja. Yo digo que no, y aunque no suelo visitar las grandes ferias, pasarelas o boutiques de ropa –excepto la de Lina D Martini–, me he dado a la tarea de rastrear algunos acontecimientos que dan cuenta de su valoración social. Las azafatas de Avianca le han mostrado a propios y extraños su toque de elegancia; “El Cóndor Quintana” puso de moda la versión rosada en el primer escalón del Giro de Italia 2014; músicos la han visto como una aliada estética para acompañar a su “majestad el tiple” (véase a los Rolling Ruanas por ejemplo); es común escuchar a los diseñadores elogiarla de “vanguardista”; y en todo este barullo, los extranjeros, como de costumbre, son los más emocionados con lo nuestro, exhibiéndola en las ferias de tejidos en Europa.
Fotografía por: @mundo_maravilloso Archivo: Tiendas Samuel Gómez
Pero más allá de si la usamos o no, vayamos a los hilos históricos del tema. Es originaria del altiplano cundiboyasense, donde sus antepasados los chibchas inventaron, además de la chicha, diferentes tejidos. Cuando llegaron a esas tierras los españoles (siglo XVI), este pueblo Muisca ya fabricaba mantas de algodón para protegerse del frío paramuno, y las técnicas artesanales ya estaban consolidadas, tanto así que poco o nada tenían que envidiarles al sarape mexicano o el poncho del Sur. Con los ibéricos llegaron las ovejas, que aportaron otro tipo de materia prima para la tradición del hilado: su lana virgen. Ocurrió entonces un sincretismo cultural entre lana y técnicas. Y pese a que la letra de “La Ruana” o “La capa del viejo Hidalgo”, de José Macías, y que popularizaron Garzón y Collazos, nos diga que de la capa nació la ruana, no creo que nuestros indios hubieran sido tan cándidos como para no pensar en dejarle a la frazada un hueco en la mitad por donde asomar la cabeza. Si bien sus sonidos son evocadores, su letra no deja de mostrar el arribismo paisa, juzguen ustedes:
“La capa del viejo hidalgo/ Se rompe para hacer ruana/ Y cuatro rayas confunden/ El castillo y la cabaña (…) Abrigo de macho macho, / Cobija de cuna paisa (…) Porque tengo noble ancestro/ De Don Quijote y Quimbaya, / Hice una ruana antioqueña/ De una capa castellana” (…).
Escúchela completa aquí: https://www.youtube.com/watch?v=Q6oqmpEHeL4
La cuadrada le pertenece al pueblo. A finales del siglo XVIII el Virrey intentó prohibirla por considerarla una prenda “desaseada” de artesanos. En las guerras de independencia los patriotas la usaron incluso como escudo de combate. Más adelante, los “ruanetas”, opositores de los “cachacos de bien”, subieron al poder al general Melo. En 1936 Gaitán la vetó entre los empleados públicos de Bogotá, supuestamente por asuntos de higiene y deseos de uniformarlos con ciertos tintes fascistas. En La Violencia bipartidista se convirtió en una prenda de temer, pues debajo de ella, “bandoleros” y “pájaros”, ocultaban las armas con las que harían los cortes de franela y de corbata. Como “el hábito no hace al monje”, luego el cura Camilo Torres la popularizó entre intelectuales. En el 86 el mejor regalo para el Papa fue una pecadora. Y aunque altos políticos y famosos la han portado, ha sido históricamente el pueblo llano su verdadero dueño, tal como lo vimos en el 2013 con el paro agrario denominado “La rebelión de las ruanas”. Seguimos diciendo que en Colombia “la ley es pa´ los de ruana”.
En cada tejido hay todo un acumulado de saberes. Luego de esquilar a las ovejas y despojarlas de su lana, manos campesinas se encargan de hilarla en madejas. Para darle la coloración deseada se somete a un proceso de tinturado que, en su preparación netamente artesanal, implica el trabajo con tintes de plantas naturales, entre ellas la ruda, el aliso, la acacia, la remasa y el eucalipto. Después de un intenso lavado para que no se destiña, los hilos adquieren un matiz sin igual, dado que el macerado y los procesos de cocción de la planta no dan el mismo tono dos veces. Quienes la prefieren aún más original la mandan al telar tal como vino de la oveja. Allí, entre pedales, poleas y peines, se usan cerca de 1.200 hilos para tejer una ovejera original. Se calcula que hay 48 horas de labor en total por una prenda, que puede costar entre 150 y 200 mil pesos. En Nobsa, que en el 2008 hizo la ruana más grande del mundo, Pesca o Paipa aún se puede apreciar dicha tradición.
No es lo mismo entonces, y me perdonarán los amantes de la industria moderna, una ruana elaborada con la paciencia y el amor de manos artesanas, que las reproducciones baratas de las grandes maquilas, que despersonalizan, alienan y vuelven artificial lo que en un principio era sentimental. Sus ruanas serán mucho más baratas y hasta bonitas, sí, puede ser, pero con ello solo estamos confirmando que el valor de cambio es la medida de nuestros días. El viejo adagio señala que “lo barato sale caro”, y no dudo que con lo sintético estemos arruinando a tejedores y enriqueciendo a exportadores asiáticos. Les pedimos rebaja a los campesinos, pero les entregamos el alma a las grandes marcas con deudas que duran más que una buena ruana. Lo mismo aplica con los sombreros, mochilas, bordados y todo tipo de objetos que se elaboran artesanalmente.
Fotografía por: @mundo_maravilloso
Archivo: Tiendas Samuel Gómez
La peluda llegó a Antioquia con los colonos que habitaron los valles de los osos y de San Nicolás, y poco a poco se generalizó su uso entre la gente humilde que pobló las montañas por encima de los 2.000 metros de altitud. Su primo el poncho o mulera, más liviano y vaporoso, fue el encargado de cubrir los cuerpos en las zonas templadas y calientes. En su viaje por la provincia hacia 1826, el sueco August Gosselman describía que la “gente del pueblo” usaba ruanas largas y coloridas (negras, rojas y azules), que al mismo tiempo empleaban como cobijas. Los que se creían de alcurnia, en cambio, trataban de imitar las modas francesas e inglesas con aditamentos traídos del exterior. En Titiribí, por ejemplo, es famosa la historia del “Cachaco de las vetas”, un peón de minas que fue el hazme reír del pueblo por aparecerse un domingo vestido de saco o americana. Por esas mismas tierras, en Caramanta, nuestra prenda se fue popularizando, hasta el punto de hacerse llamar hoy como la “Capital de la ruana”.
En esos ires y venires de la cuadrada, encontramos que durante el siglo pasado los unitenses nos hicimos famosos por el apodo de los “lanudos”. Nuestros vecinos los cejeños, un tanto esnobistas según se decía, se reían de nosotros porque andábamos tapados con la ruanita pa´ riba y pa´ bajo. Aquí nos reíamos de ellos diciéndoles “niguateros”, dado que el aparentar no desterraba las niguas que se alojaban en la piel blanda de sus pies. Somos hijos de una generación de lanudos. Basta observar las fotos antiguas del pueblo y de nuestras familias para contemplar el precioso atuendo. El “Tuso”, el acalde, los sacerdotes, los ricos del pueblo, la gente de a pie… siempre han usado ruana para combatir las noches frías. El calorcito se lo debemos, como reza la adivinanza popular, a ella: “Peluda, cuadrada y en la mitad una rajada”.
Para los que crecimos en medio de lanudas fue habitual que nos abrigaran con ellas. Compartíamos el hueco y asomábamos la cabeza al mismo tiempo que nuestros padres. ¡Hasta el niño más valiente se escondió debajo de una ruana! En algún tiempo la vendían los indios en el parque, luego fueron algunos locales específicos los que las traían directamente del centro del país, -Samuel Gómez fue un vendedor destacado-, y ahora, desafortunadamente, solo quedan dos o tres lugares donde se puede conseguir una buena peluda, por no mencionar aquellos baratillos en los que se ofertan imitaciones. Nunca fuimos artesanos, y pocas veces hemos visto ovejas en La Unión, pero rezo porque esta tradición no se pierda.
No es lo mismo entonces, y me perdonarán los amantes de la industria moderna, una ruana elaborada con la paciencia y el amor de manos artesanas, que las reproducciones baratas de las grandes maquilas, que despersonalizan, alienan y vuelven artificial lo que en un principio era sentimental.
Además de los usos ya mencionados, una buena ruanita también nos puede servir como impermeable contra la lluvia, como hamaca para mecer a los niños, como mantel para un pícnic, como medio para espantar y arriar el ganado, esconder la gordura y como encubridora para tomar de la mano a la pareja… Incluso, si usted no tiene el suficiente dinero para dedicarse a los placeres amatorios en recintos cerrados y cálidos, déjeme decirle que le tengo la “pecadora”, aquella que logra darle calidez al áspero colchón verde. Y propongo también que adoptemos esa bella práctica de no dejar calentar las polas envolviéndolas en una ruana húmeda, al viejo estilo cundiboyacense. ¡Que nunca nos falte calle o pueblo! Si usted no es experto en elegir buenos regalos, le recomiendo que use la vieja confiable: una ruana. Nunca quedará mal, o si no que lo diga mi padre cada año.
Otro regalo interesante ha sido combinar música y cobijo. En los patios de nuestras casas aún no se ha perdido la costumbre de tomarse los guaros escuchando pasillos, bambucos y música de cuerdas, mientras se observa el anochecer cobijado con una buena cuatro puntas. Para los más jóvenes se han venido creando espacios regionales como el Carnaval de Música Andina de El Carmen de Viboral, donde esta prenda y el poncho del Sur traspiran música. Durante un fin de semana “se toman el pueblo de ruana”. Los sonidos de la nueva y la vieja carranga también se expanden por estas latitudes, y ya es común ver jóvenes bailando temas como la “Cucharita” de Jorge Velosa, “Ruanas On” de los Rolling Ruanas o “La Ruana” de Velo de Oza: https://www.youtube.com/watch?v=ZbaA9OhYIiU
Fotografía: Alejandra Castaño
@mcastanoa94 en Instagram
La identidad de un pueblo pasa también por cómo se viste. El uso de ciertas indumentarias se configura diariamente en procesos de interacción social que articula elementos internos y externos de la cultura, como en el caso de la ruana, que siendo una prenda de origen cundiboyasense, ha adquirido un valor simbólico para nosotros los unitenses. Los significados de las lanudas transcienden aquí el ámbito personal, y nos permiten pensar en una serie de prácticas sociales que nos tejen como comunidad desde las formas de pensar, actuar y sentir. Develarlas será una tarea, pero lo cierto es que históricamente nos hemos sentido parte de algo cuando nos cobijamos con una prenda –o causa– que todos sentimos como nuestra.
Por: Edison Orozco Toro
Sociólogo - Docente
Puede leer también el artículo: "La Unión, un pueblo conquistado por las vacas" https://corporacionadagio.wixsite.com/adagio/post/la-uni%C3%B3n-un-pueblo-conquistado-por-las-vacas
Fuentes de apoyo
Cardona, A. (17 de marzo del 2013). La Ruana. [Mensaje en un blog]. Recuperado de: http://historiayregion.blogspot.com/2013/03/la-ruana.html
Fonseca, J. (8 abril de 2018). Documental LA RUANA [Archivo de Vídeo]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=j7xm76zx96U
Garzón y Collazos. (18 septiembre de 2015). La Ruana [Archivo de Vídeo]. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=8SQ4uSsXHDA
Gosselman, Carl August. Viaje por Colombia: 1825 y 1826. Bogotá: Banco de la República, 1981.
Molano, A. (4 de junio de 2006). La Ruana [Mensaje en un blog]. Recuperado de: https://www.semana.com/especiales/articulo/la-ruana/79621-3
Londoño, P. (1988). La vida diaria: usos y costumbres. En Melo, J. (Comp.) Historia de Antioquia. Medellín: Suramericana de Seguros.
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Santana, D. (22 marzo de 2013). Los Puros Criollos Capítulo 2 La ruana [Archivo de Vídeo]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=c-AnvGwQADU
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Zambrano, L. (2018). Ruana y carranga: dos símbolos campesinos de origen Música, cultura y pensamiento, VII
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